miércoles, 9 de septiembre de 2009

La Oración del Nombre de Jesús...


La`oración a Jesús´, conocida también como `oración del corazón´ es una breve fórmula piadosa, Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, algunas veces con el añadido: pecador, repetida en el marco de un método. Hay algunos entusiastas que quieren hacer retroceder su origen hasta los apóstoles, pero, al parecer, no es posible encontrarla, con sus características actuales, antes del siglo XIII.
Sin embargo, teniendo en cuenta la naturaleza de la `oración a Jesús´, se pueden descubrir sus orígenes en el ambiente de búsqueda de una oración continua que sella intensamente la historia espiritual de los primeros siglos cristianos, particularmente el peregrinar de los Padres del desierto. Es doctrina común del monacato primitivo la búsqueda del ideal de la oración continua. Se dice de San Antonio de Egipto (c.250-356), quien ha pasado a la historia como `el padre de los monjes´, que «rezaba constantemente, pues había aprendido que era necesario rezar incesantemente en privado». La aspiración a una oración incesante se nutre de orientaciones como las de San Pablo que exhorta a vivir «perseverantes en la oración» (Rom 12, 12) y a orar «sin cesar» (1Tes 5, 17).
Los ejercicios de la memoria o presencia de Dios y el combate contra pensamientos dañinos, así como la `meditación secreta' (krypte melete), como metódica y constante repetición, oral o mental, de una oración o frase corta o de una sentencia de la Sagrada Escritura, son el medio donde, a través de un largo proceso histórico, nace y se impone como fórmula privilegiada la `oración a Jesús´. Ireneo Hausherr, notable estudioso del tema, sostiene que la `oración´ es una fórmula abreviada que sintetiza la espiritualidad monástica de pénzos: lamentación, tristeza, dolor por los propios pecados.
Las jaculatorias
La repetición de jaculatorias, oraciones cortas, para alabar al Señor, obtener ayuda o para implorar perdón, se descubre en la temprana tradición cristiana. Ya en tiempos de Casiano (c.360-435) se va enlazando esta práctica con el propósito de alcanzar la oración continua. Otro testigo, de los numerosos que se pueden aducir, es San Juan Crisóstomo (c.344- 407), quien recomienda la repetición frecuente y sucesiva de unas mismas breves palabras. Sin embargo, la explícita invocación al Señor Jesús, como en la `oración´, no está necesariamente ligada a esta difundida práctica. Existe una gran libertad en la elección de la sentencia que se repite buscando la comunión con Dios. Así, por ejemplo, el mismo Casiano recomendaba en sus Colaciones: «Si queréis que el pensamiento de Dios more sin cesar en vosotros, debéis proponer continuamente a vuestra mirada interior esta fórmula de devoción: Ven, oh Dios, en mi auxilio, apresúrate, Señor, a socorrerme. No sin razón ha sido preferido este versículo entre todos los de la Escritura. Contiene en cifra todos los sentimientos que puede tener la naturaleza humana. Se adapta felizmente a todos los estados, y ayuda a mantenerse firme ante las tentaciones que nos solicitan». Arsenio (m. 449), monje del desierto, cuyos dichos son repetidos reverentemente por los monjes, por ejemplo, oraba diciendo: «Señor, dirígeme por el camino de la salvación». Sería fácil seguir citando oraciones breves de diversos padres en las que no se menciona explícitamente `Jesús' ni `Señor Jesús' o `Jesucristo´.
También es posible encontrar referencias a la invocación del nombre del Reconciliador, pero sin el recurso a la fórmula en la que cristalizó la llamada `oración a Jesús´ ni al marco metódico psico-físico que la acompaña. Como un ejemplo se puede citar una oración de Isaac de Siria, Obispo de Nínive (s. VII): «Oh nombre de Jesús, llave de todos los dones, abre para mí la gran puerta de tu casa del tesoro para que pueda entrar y alabarte, con la alabanza que nace del corazón, como respuesta a tus misericordias que vengo experimentando de un tiempo acá; pues tú has venido y me has renovado con la conciencia del Nuevo Mundo». Otro ejemplo, entre los muchos citables, es el del abba Sisoes, quien en una ocasión confiesa que durante treinta años había rezado así: «Señor Jesús, protégeme de mi lengua».
Componentes de la "oración a Jesús"
La fórmula que, entre diversidad de frases, va imponiéndose con el correr de los años es: Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador. Sus elementos se pueden encontrar en la Sagrada Escritura. Así, en la oración de los dos ciegos: «¡Ten piedad (eleison) de nosotros, Hijo de David!» (Mt 9, 27). En el ruego de la mujer cananea: «¡Ten piedad (eleison) de mí, Señor, Hijo de David!» (Mt 15, 23). En el pedido del padre del epiléptico: «Señor, ten piedad (eleison) de mi hijo...» (Mt 17, 15). En la oración de los diez leprosos: «!Jesús, Maestro, ten piedad (eleison) de nosotros!» (Lc 17, 13). También en la oración del ciego de Jericó, que San Marcos llama Bartimeo, que clama: «¡Hijo de David, Jesús, ten piedad (eleison) de mí!» (Mc 10, 47-48; Lc 18, 38-39). Un caso aparte, pero con toda probabilidad vinculado al surgimiento de la `oración a Jesús´, es la prototípica oración humilde del publicano aspirando a la misericordia divina: «¡Oh Dios! ¡Ten compasión de (hilaszeti = se propicio a) mí, pecador!» (Lc 18, 13). En una ocasión, San Juan Crisóstomo, reflexionando en torno al Salmo >, sostenía: «Resulta sumamente importante saber cómo debemos rezar. ¿Cuál es la forma correcta? La podemos aprender del publicano; y no tengamos vergüenza de tener como maestro a uno que ha dominado el arte tan bien que unas pocas simples palabras fueron suficientes para que obtuviera perfectos resultados... Si rezas como él lo hizo tu oración será más liviana que una pluma. Pues si este modo de orar justificó a un pecador, cuanto más fácilmente elevará a un hombre justo a las alturas». En los dichos de Ammonas, probablemente discípulo de San Antonio, hay un consejo en el que dice: «permanece en tu celda, come un poco cada día y lleva siempre la palabra del publicano en tu corazón. De este modo te salvarás». También Martirio, Obispo sirio de Bet Garmai, conocido igualmente como Sadona (s. VI), en su Libro de la perfección resalta el valor ejemplar de la oración del publicano en la necesaria práctica de la auto-acusación ante Dios y en la humildad de corazón.
En los pasajes citados y en muchos otros de los Evangelios están los elementos fundamentales de la `oración´; la gracia, la devoción y el tiempo harían el resto.
La teología del nombre
Es preciso señalar un elemento más en el surgimiento de la `oración a Jesús´. No se puede dudar de la influencia veterotestamentaria de la `teología del nombre de Dios´, ni de su particular concreción y profundización en el Nuevo Testamento en referencia al Señor Jesús, así como a las acciones realizadas en su nombre. Algunos ejemplos neotestamentarios de esta teología, además de los bien conocidos: «Santificado sea tu nombre» (Mt 6,9; Lc 11,2), del Padre Nuestro; o «bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19), de la misión apostólica, se pueden encontrar en referencias al nombre de Jesús, particularmente en la Carta a los Filipenses: «al nombre de Jesús, toda rodilla se doble —en el cielo, en la tierra, en al abismo— y toda boca proclame que Jesucristo es Señor» (2, 9-11); en los Hechos de los Apóstoles: «Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (4, 12); en el Evangelio según San Juan: «Pues sí, os aseguro que, si alegáis mi nombre, el Padre os dará lo que le pidáis. Hasta ahora no habéis pedido nada alegando mi nombre. Pedid y recibiréis, así vuestra alegría será completa» (16, 23-24), y el pasaje semejante en el mismo Evangelio (14, 12-14), entre otros.
En la I Corintios, San Pablo, en una concreción de la `teología del nombre´ veterotestamentaria, califica a los cristianos como aquellos «que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo en todo lugar» (1, 2), equiparando así a Jesús con Yahveh, cuyo nombre reverenciaban los israelitas. Se trata de una manifestación de fe en que Jesús es «el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Todo esto se encuentra en el trasfondo de la historia de la `oración a Jesús´. En la primera mitad del siglo II, en El Pastor de Hermas, se descubre una referencia pertinente al tema del nombre. «El nombre del Hijo de Dios es grande e inmenso y sostiene todo el mundo. Ahora bien, si toda la creación es sostenida por el Hijo de Dios, ¿qué pensar de los que fueron por El llamados y llevan el nombre del Hijo de Dios y caminan en sus mandamientos? ¿Ves, pues, quiénes son los que El sostiene? Los que de todo corazón llevan su nombre. De ahí que El se hiciera fundamento de ellos y los lleve con placer sobre sí, puesto que ellos no se avergüenzan de llevar su nombre».
Los ejercicios de la invocación del nombre del Señor Jesús, entre los Padres del desierto son también, además de una manifestación de fe, fruto de la convicción, arrastrada de la mentalidad semítica veterotestamentaria, sobre el poder del nombre de Dios. Así, la invocación del nombre no se limita a una evocación piadosa sino que es además portadora de una fuerza o dinamismo que actualiza su presencia (ver p. ej. Ex 23, 20s. o Is 30, 27) e incluso un dinamismo salvífico. No faltan sentencias neotestamentarias que refuerzan esa tradición, por ejemplo: «todo el que invoca el nombre del Señor se salvará» (Rom 10, 13; Hch 2, 21; ver el paralelo en Jl 3, 5).
Aproximación a sus raíces
Por lo visto, los remotos fundamentos históricos de la `oración´ se pueden trazar hasta los monjes egipcios del siglo IV, quienes se ejercitaban en la repetición de una palabra o sentencia para enfrentar los malos pensamientos y para pacificar la mente: la oración monológica. La conciencia de la fractura interior del ser humano y de su fragilidad subyace a esta disciplina espiritual que, más allá del combate contra pensamientos inconsistentes o ideas erradas, encuentra una vía positiva en la unificación de todo el ser en Dios. La búsqueda de la paz ambiental (huída del mundo), la soledad y el silencio, y la tranquilidad o paz del corazón constituyen, en sentido amplio, el camino hesicasta (termino derivado de hesiquia palabra griega para quietud, tranquilidad, reposo), que es, precisamente, de lo que se está hablando. Se trata del conjunto de medios cuyo ejercicio favorece la unión con Dios a través de la `oración incesante´, la continua memoria de Dios (mneme Zeoú ).
La invocación del nombre de Jesús, ya explícitamente, ya implícitamente, por ejemplo, al decir Señor, se encuentra bien documentada en los testimonios que tenemos de los medios monacales de esos tiempos. Pero, aun cuando en un sentido amplio se puede hablar con toda razón de que esas invocaciones o referencias son una plegaria a Jesús, no se trata todavía de la fórmula establecida que se conoce como la `oración a Jesús´. Es también en el siglo IV que se descubren testimonios fidedignos del uso de la aclamación Kyrie eleison (¡Señor, ten piedad!) en la liturgia. No es posible medir su influencia en los medios monacales, pero, sin duda, es un dato a ser tenido en cuenta.
Los diversos elementos estaban allí. Con toda seguridad fueron usados libremente, pero el desarrollo sistemático de `la oración´ tomaría aun cientos de años.
La invocación del nombre del Señor
Son muchos los Padres del desierto que parecen recomendar invocaciones semejantes a lo que sería finalmente la `oración a Jesús´. Un tal Macario, cuya precisa identidad todavía se discute, aunque algunos piensan que vivió en el siglo IV, sería uno de ellos. Diversas sentencias, escritos, y `cincuenta homilías´ son atribuidos al tal Macario sin que los expertos terminen de ponerse de acuerdo sobre la identidad del autor o autores ni sobre el alcance de las atribuciones. En el Ciclo copto de apotegmas de Macario (¿s. VII-VIII?) se puede leer: «Bienaventurado aquel que persevera, sin cesar y con contrición del corazón, en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo». Y, en una enseñanza que parece ir más allá de la mera plegaria `monológica', se recomienda «poner atención en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo cuando tus labios están en ebullición para atraerlo, pero no trates de conducirlo a tu espíritu buscando parecidos. Piensa tan sólo en tu invocación: Nuestro Señor Jesús, el Cristo, ten piedad de mí».
Según el mismo Ciclo copto, Macario le habría aconsejado a Evagrio Póntico (345-399), quien al parecer estuvo hacia el 383 en el desierto de Nitria y unos años después en el de Las Celdas, entre el Cairo y Alejandría, permanecer siempre firme en el Señor, «pues no es fácil decir a cada respiración: Señor Jesucristo ten piedad de mí; yo te bendigo mi Señor Jesús, socórreme». Existen algunos lugares comunes sobre la oración entre las sentencias del Ciclo copto y otros escritos atribuidos a Macario, salvo la expresa invocación del nombre del Señor como en ellas aparece y que por su formulación permitiría aceptar una fecha posterior al siglo IV para esas sentencias.
En un texto atribuido a Evagrio se dice: «A cada respiración agregad una sobria invocación del nombre de Jesús y la meditación de la muerte y la humildad». El mismo texto aparece en un escrito de Hesiquio de Batos, del que se hablará más adelante. La opinión de Ireneo Hausherr sobre el texto de Hesiquio es que se está ante una metáfora, no todavía ante una técnica de respiración psico-física. De ser así habría que decir lo mismo de los textos del Macario del Ciclo copto y del atribuido a Evagrio.
Diadoco, obispo de Fótice (m. c. 468), es partidario de la purificación interior por la sanante memoria del Señor Jesús, meditando incesantemente en este glorioso nombre en las profundidades del propio corazón. En una ocasión enseña: «Si un hombre empieza a progresar cumpliendo los mandamientos e incesantemente llamando al Señor Jesús, entonces el fuego de la gracia divina lo impregnar», incluso a los sentidos exteriores del corazón». En otro pasaje afirma: «El intelecto, cuando hemos cerrado todas sus salidas por el recuerdo de Dios, exige, absolutamente, una actividad que ocupe su diligencia. Se le dará entonces el `Señor Jesús´ por única ocupación y para que responda por entero a su fin». Las condiciones ascéticas y morales como requisito para el `ejercicio del Nombre´ se perciben, por ejemplo, cuando dice: «Si el alma es turbada por la cólera, oscurecida por los vapores de la ebriedad, o atormentada por una tristeza malsana, el intelecto no será capaz de convocar la viva memoria del Señor Jesús, ni forzándolo».
Aun cuando Diadoco no parece conocer la fórmula de la `oración´, sus reflexiones sobre el uso del nombre del Señor, así como su teología bautismal por la que el hombre recupera la plenitud de la imagen, y la cooperación a la gracia para alcanzar la semejanza perdida y la unidad de su ser, constituyen pasos que van haciendo el ambiente para el nacimiento de la `oración´.
Barsanufio, el egipcio, y Juan de Gaza (s. VI), de quienes conservamos sus cartas espirituales, plantean una estrategia ascética para combatir los malos pensamientos mediante el recurso al nombre de Jesús, ya que el mejor medio de lucha es confiar, desde nuestra impotencia, en Aquél que nos da la victoria: «Cuando durante la salmodia, la oración o la lectura, te viene un mal pensamiento, no le prestes atención sino más bien concéntrate más en la salmodia, la oración o la lectura. Si el mal pensamiento persiste esfuérzate en invocar el nombre del Señor y el Señor te auxiliará y suprimirá las astucias de los enemigos». Y en otra ocasión: «cuando el ardor de la batalla aumenta, también tú aumenta tu fuerza clamando: `¡Señor Jesucristo! ¡Tú ves mi debilidad y mi aflicción, ayúdame y líbrame de quienes me persiguen (Sal 142, 6); a Ti acudo para refugiarme (Sal 143, 9)!'». Al hablar de la dispersión de la mente, se lee que uno debe recogerse diciendo: «Señor, perdóname en consideración del santo nombre». A pesar de las características que hemos podido apreciar, como parece obvio, aún no estamos ante la fórmula que luego cristalizará sino ante una devoción oracional al nombre del Reconciliador.
La fórmula oracional
La primera evidencia irrecusable de una versión de la `oración a Jesús´ se descubre en la Vida de San Dositeo, discípulo de Doroteo de Gaza (s. VI-VII), quien a su vez fue entrenado por Barsanufio y Juan. La biografía de Dositeo establece que Doroteo le transmitió la fórmula que repetía incesantemente: «Pues él (Dositeo) vivía en continua memoria de Dios. (Doroteo, su padre espiritual) le había transmitido la regla de que siempre debería repetir estas palabras: `¡Señor Jesucristo, nuestro Dios, ten piedad de mí! ¡Hijo de Dios, sálvame!' Por lo cual decía continuamente esta oración. Cuando enfermó, él (Doroteo) le dijo: `Dositeo, no descuides tu oración. Asegúrate que no abandones tu oración». Ya en este momento se puede afirmar que estamos ante una fórmula de la `oración a Jesús´, aunque todavía falta madurar algo más.
Conviene, también, traer a colación el testimonio de Filemón, de cuya vida no sabemos prácticamente nada, así como del tiempo en que vivió, aunque se puede estimar que fue hacia mediados del siglo VI. Filemón usó la `oración´, aunque sin llamarla de una manera específica. Veía en ella un buen medio para concentrarse evitando la disipación interior, así como un camino para mantener la memoria de Dios. Al recomendar un camino espiritual a un hermano, le dice: «Ve, practica la sobriedad en tu corazón, y en tu pensamiento repite sobriamente, con temor y temblor: `Señor Jesucristo, ten piedad de mí´». En otra ocasión amplía la fórmula: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí».
Así, paso a paso, vamos llegando a la Carta a los monjes del pseudo-Crisóstomo que, aunque difícil de fechar con exactitud, podría ser de este tiempo o algo después. En ella el anónimo autor opta por una única forma para ser incesantemente repetida: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador». La clave de esta aproximación se centra en la memoria y el corazón, punto de anclaje de la atención. Es allí donde debe acogerse el nombre del Señor. «Permanece en tu corazón clamando el nombre del Señor Jesús para que el corazón se fije profundamente en el Señor, y el Señor en el corazón, y los dos sean uno». Así, pues, habiendo sido fijada una fórmula, aún queda cierto trecho que recorrer antes de llegar a la metodología psico-física del monje de origen latino, Nicéforo, del siglo XIII.
San Juan y Hesiquio
San Juan Clímaco (580-650), vivió en el desierto del Sinaí, a las faldas del monte de Moisés, Jebel Musa. San Juan es ampliamente conocido por su `Escalera del Paraíso', que aún hoy es leída, durante la Cuaresma, en los monasterios ortodoxos. Es una obra muy popular también entre los laicos. En su obra, un indiscutible clásico espiritual de todos los tiempos, recomienda «que la memoria de Jesús está unida a tu respiración». Foco difusor de la `oración a Jesús´, juntamente con Gaza —Palestina—, es el Sinaí. Allí, en un monasterio, fue abad San Juan Clímaco. En su `Escalera´, sin embargo, la fórmula de la `oración´ no excluye otras variables. A estas alturas aún es la plegaria monológica, con diversidad de contenidos según las necesidades, la que se encuentra como el elemento clave del método hesicasta —espiritualidad del reposo— , del cual es magnífico exponente San Juan Clímaco.
Las dos centurias `Sobre la sobriedad y la oración´, atribuidas a Hesiquio de Batos (s. VII-VIII), constituyen uno de los más importantes testimonios del ejercicio del santo nombre de Jesús. Una y otra vez vuelve sobre el mismo tema quien escribe bajo el nombre de un higúmeno del monasterio de Batos, en el Sinaí. En la obra se va delineando un método, no sólo de hacer oración, sino de disciplina espiritual. La meta es recobrar la belleza y justicia original del alma. La sobriedad y la atención se intercambian en el marco de una estrategia de lucha contra los malos pensamientos. La humildad, la atención, la resistencia al mal y la oración son condiciones para la batalla espiritual. La búsqueda de la pureza de corazón y la memoria de los propios pecados permiten recibir la ayuda del Señor. «El recuerdo y la invocación ininterrumpidos de Nuestro Señor Jesucristo producen en nuestro interior un estado divino, a condición de que no seamos negligentes en la constante oración a Cristo, en la sobriedad perseverante y en la obra de la vigilancia. En todo tiempo sea así como invocamos a Jesucristo, Nuestro Señor, clamando con un corazón ardiente para entrar en comunión con su santo nombre, manteniéndolo como una chispa en nuestro corazón. Pues la constancia, en la virtud como en el vicio, engendra al hábito; y el hábito es como una segunda naturaleza», escribía Hesiquio casi al final de su primera centuria revelando la inmensa importancia que daba a la invocación del santo nombre.Pero, inspirándose en San Juan Clímaco, Hesiquio parece ir más lejos, al punto de haber servido de fundamento, o al menos de referencia, para las técnicas psico-físicas que aparecerán después. «A la respiración de tu nariz une la atención (nespis) y el nombre de Jesús». «Verdaderamente feliz es el hombre en quien la `oración a Jesús´ se prende al poder del pensamiento y lo llama continuamente en su corazón, así como el aire está unido con nuestros cuerpos y la llama a la mecha de la vela». A pesar de lo que parece implicar, lo impreciso aún del lenguaje no permite afirmar con total seguridad que lo que propone Hesiquio sea una coordinación de los ritmos respiratorios con la `oración´. De ser así habría que hacer retroceder la fecha del método psico-somático del siglo XIV a este tiempo en que vivió este monje sinaíta.
Svjatocha
El asunto de la fijación de una fórmula oracional que mencionando el nombre del Señor Jesús sea a la vez una confesión de fe en su divinidad, un reconocimiento de las propias culpas, y un pedido de misericordia se ha ido abriendo camino en los ambientes monacales de Africa y Asia Menor. Desde esos antiguos tiempos hasta el nuestro irá haciendo fortuna el ejercicio espiritual del nombre de Jesús, particularmente entre los cristianos orientales, bizantinos y rusos en especial. Para encontrar un testimonio de su presencia en Rusia no es necesario esperar a la difusión efectuada por Nilo Sorskii (1433-1509), ni a la traducción eslava de la Filocalia (Dobrotolubiye) por Paisij Velichkovsky (1722-1794), o las versiones del siglo pasado de Ignacio Briantchaninov (1807-1867) o de Teófano el Recluso (1815-1894). Es interesante señalar que ya hacia principios del siglo XII hay un testimonio de un monje ruso conocido como Svjatocha (o Sviatosa), que en el mundo habría sido un tal príncipe Nicolás. De él se ha dicho: «Nadie nunca lo vió ocioso. Siempre tenía las manos ocupadas en algún trabajo manual. Y en todo momento sus labios repetían: `Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí».
El método psico-físico
En este punto habría que referirse a un higúmeno de Constantinopla, una de las más notables figuras de su tiempo, Simeón, el nuevo teólogo (949-1022), particularmente a un tratado que corre bajo su nombre, pero que la moderna crítica atribuye a un monje del monte Atos llamado Nicéforo el Hesicasta o el Solitario, quien se cree que vivió en el siglo XIII y XIV, y que de ser este el caso, habría sido maestro de Gregorio Palamas, Arzobispo de Tesalónica (c. 1296-1359).
En las obras auténticas de Simeón, no parece haber evidencia de ideas como las que se descubren en el referido tratado aunque sí se percibe un acentuado cristocentrismo que lo podría haber predispuesto a la práctica de la `oración´ que, según testimonios, de alguna manera practicó. Hay quien considera los escritos de Simeón y su concepción de la vida mística como un puente entre los Padres y los monjes del desierto y los hesicastas de siglos posteriores.
Independientemente de la identidad del autor, la obra que interesa es: `Tres métodos de atención y oración´. El título es descriptivo. Descartando los dos primeros, presenta el tercero: el método hesicasta. Está precedido por la obediencia del corazón, y la constante presencia de Dios en la conciencia, estableciendo rectas relaciones con Dios, el padre espiritual, los demás hombres y las cosas. Insistiendo en la necesidad de estar libre de toda preocupación, con la conciencia tranquila y sin atadura pasional alguna, se debe: «mantener la atención dentro de sí mismo, en el corazón. Mantener la mente ahí (en el corazón), tratando por todo medio posible de encontrar el lugar donde está el corazón, para que una vez hallado, la mente se centre en él», y así «manteniendo la mente en atención, mantener a Jesús en el corazón, esto es, su oración: `Señor Jesucristo, ten piedad de mí´». Esta oración sería la base de toda la vida espiritual, pues es particularmente apta para superar la desintegración interior, domar las pasiones, conquistar la humildad y andar en presencia de Dios.
En el tercer método de `Tres métodos de atención y oración´, claramente se pueden notar dos ejercicios y una técnica psico-física que aspira a la liberación de las pasiones y al recogimiento interior, favorecidos por las técnicas corporales. Por lo que se ha venido viendo parece claro que la `oración´ no requiere necesariamente de técnicas corporales externas, aún cuando para el pseudo-Simeón aparezcan íntimamente vinculadas.
Estos planteamientos son semejantes a los del referido Nicéforo en un escrito, al parecer, definitivamente suyo: `Sobre la sobriedad y la guarda del corazón´. En él dice: «Tú sabes que tu respiración es la inhalación y exhalación de aire. El órgano que sirve para esto son los pulmones que están alrededor del corazón. Así que el aire que pasa por ellos envuelve al corazón. Es así que la respiración es una vía natural al corazón. De modo que habiendo recogido tu mente en ti mismo, condúcela por el canal de la respiración por el que el aire llega al corazón y, juntamente con el aire inhalado, fuerza a tu mente a descender al corazón y permanecer ahí». Más adelante dice Nicéforo: «Además, debes saber que cuando tu mente queda firmemente establecida en el corazón, no debe permanecer en silencio y sin hacer nada, sino que debe repetir constantemente la oración: `¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí!´, y nunca cesar. Pues esta práctica, manteniendo la mente libre de sueños, la vuelve evasiva e impenetrable a las sugestiones del enemigo y cada día la conduce, más y más, a amar y anhelar a Dios». Si Nicéforo el Solitario es autor también del tratado `Tres métodos de atención y oración´, la fecha de éste tendría que llevarse hasta fines del siglo XIII, o las primeras décadas del XIV.
Fase atónita
Hasta acá el desarrollo del método se ha venido presentando, salvo algunos adelantos como las referencias al pseudo-Simeón y a Nicéforo, desde la llamada `fase sinaíta' de la oración hesicasta. El paso a la `fase atónita´ —en referencia al monte Atos— se dará a través de Gregorio el sinaíta (1255-1346), quien aprendiéndola en el monte Sinaí, profundizándola con el anacoreta Arsenio, en Creta, la lleva al monte Atos donde se produce una renovación de la vida interior. Gregorio es considerado el restaurador del hesicasmo y de la oración incesante en Atos. Sus consejos tienen un carácter práctico y presentan el método con magistral claridad: «Colócate en un asiento o incluso en un lecho, curva la espalda, inclina la cabeza sobre el pecho, recoge tu espíritu y enciérralo en tu corazón y fija toda tu atención. Repite entonces de una manera continua, ya de viva voz, ya mentalmente esta invocación: `Señor, Jesucristo, ten piedad de mí´o `Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí´ (a la que algunos añaden «pecador» como culminación). Vigila bien que el espíritu no se escape de tu corazón, evita cuidadosamente todo pensamiento extraño (sus avisos se extienden a la presencia de colores, imágenes o formas, advirtiendo especialmente contra la imaginación-fantasía), aunque fuera noble y excelente, pues te distraería del pensamiento de Dios. Para ello retarda el ritmo de la respiración». En Atos la fórmula, empleada por los monjes en Gaza y en el Sinaí, quedará fijada y vinculada a ejercicios psico-somáticos, en el marco, para entonces ya tradicional de la purificación del corazón, la lucha contra las pasiones y el recogimiento en Jesucristo.
Sin embargo, un contemporáneo suyo, Máximo Kausokalybe, varía un tanto la fórmula repitiendo también, junto al nombre de Jesús, una invocación a Santa María. No obstante que para este tiempo no había ya la total libertad que se ha visto en siglos pasados, aún parece darse una relativa libertad en la elaboración de la fórmula, siempre y cuando incluya la invocación a Jesús, a la que, siguiendo la `teología del nombre´, se otorga un singular poder. Sin embargo no es conveniente —según sostiene Gregorio el sinaíta— cambiar con frecuencia la fórmula de la plegaria .
Se hace necesario, también, mencionar al famoso teorizador de la `oración del corazón´ Gregorio Palamas (1296-1359), a quien la Iglesia oriental venera como un gran santo. Fue un entusiasta del hesicasmo, que con él alcanza gran difusión. Sus enseñanzas, de alto vuelo teológico, conocidas como «palamismo», luego de recibir un rechazo inicial de la Iglesia bizantina, fueron apoyadas, principalmente por el Sínodo de Constantinopla de 1351, divulgándose ampliamente. Quien llegara a ser Obispo de Tesalónica, sufrió los embates del monje Barlaam, un platonizante anti-místico, cuestionador del hesicasmo. La llamada `polémica palamita´ sirvió para esclarecer los alcances del movimiento hesicasta y para dotar a lo que se podría denominar como neo-hesicasmo de una profunda fundamentación teológica.
Por último, una breve referencia a Calixto II, Patriarca de Constantinopla, e Ignacio, monjes del monasterio Xantopulos del monte Atos (s. XIV), autores de Direcciones para los hesicastas, en cien capítulos. Se trata de un tratado instructivo, para novatos, lleno de pormenorizadas orientaciones para poner los medios, con la ayuda y gracia de Dios, que lleven a responder a la economía de Cristo, despojándose del viejo Adán y revistiéndose con el nuevo hombre espiritual. El texto muestra como su núcleo las enseñanzas de Nicéforo sobre: «El método de ingresar al corazón por la atención mediante la respiración,untamente con la oración: `Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí´». Resulta significativo que las instrucciones cubren una variedad de aspectos constituyendo al mismo tiempo un tratado de la teología de la oración y también un plan de vida para el hesicasta. Los esfuerzos por demostrar los antecedentes de `la oración´ propuesta en San Juan Crisóstomo, San Juan Clímaco y Hesiquio, entre otros, son notorios.
Algunas precisiones más
El contexto de la oración a Jesús es la fe. El obispo griego-ortodoxo Kallistos Ware, sostiene: «El Nombre es poder, pero una repetición puramente mecánica, por sí misma, es incapaz de lograr algo. La Oración a Jesús no es un talismán mágico. Como en todas las operaciones sacramentales, se requiere que el hombre coopere con Dios a través de su fe activa y su esfuerzo ascético. Estamos llamados a invocar el Nombre con recogimiento y vigilancia interior, manteniendo nuestra mente en las palabras de la Oración, conscientes de a quién nos dirigimos y quién nos responde en nuestro corazón». Este autor contemporáneo, conocedor del entusiasmo por las disciplinas orientales del mundo hodierno, dice enfático que la `oración a Jesús´ «no es un instrumento para ayudarnos a concentrarnos o relajarnos. No es simplemente una parte de un `yoga cristiano´, un tipo de `meditación trascendental´ o un `mantra cristiano´... es una invocación dirigida a otra persona: Dios hecho Hombre, Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor».
Kallistos Ware insiste en el carácter secundario que la tradición hesicasta otorga a las técnicas psico-físicas, resaltando la centralidad de la `oración del nombre de Jesús´, de la `oración del corazón´ (de la mente en el corazón), que como verdadero don de Dios no está ligada a técnica alguna. Sin embargo, partiendo de la concepción de la unidad del ser humano, afirma: «El cuerpo no es sólo un obstáculo que sobrepasar, una protuberancia de la materia a ser ignorada, sino que tiene un rol positivo que jugar en la vida espiritual y está dotado con energías que pueden ser encauzadas para el trabajo de la oración». Sería, pues, sólo como una ayuda para la concentración en `la oración´ que el método neo-hesicasta emplea las posturas corporales, el sincronizado ritmo respiratorio y la concentración cordial.
Según hemos visto, la `oración a Jesús´ responde a un largo proceso que se extendería desde los ambientes del monacato primitivo, hacia el siglo IV, hasta nuestros días. Baldomero Jiménez Duque afirma que: «en el Oriente cristiano se llega así a un método de orar, al margen de lo estrictamente litúrgico, con una estratificación a ultranza, que comporta sus ventajas y sus riesgos». En verdad se trata de todo un método con sus ejercicios y disposiciones preparatorias; con sus grados: vocal, mental, cordial-espiritual; con una teología subyacente, y con una clara meta: la unión con Dios, descrita como «zeosis», deificación.
La oración a Jesús en Occidente
Si bien la difusión en occidente de la `oración´ se ha producido, principalmente, a través de las sucesivas ediciones de los `Relatos de un peregrino ruso´, y de las traducciones de la `Filocalia´, selección de textos sobre la `oración a Jesús´ y el hesicasmo, hay algunas anotaciones finales que hacer.
No parece equivocarse el trapense Basil Pennington cuando afirma: «la expresión oración a Jesús es un paraguas que cubre una variedad de métodos». Habría una sencilla práctica devocional de repetir el nombre del Señor. También se daría el uso de jaculatorias con amplia libertad. Y finalmente el método fijado por el neo-hesicasmo con la fórmula y las prácticas psico-físicas, en diverso grado.
En relación a lo primero, en occidente existe también una gran devoción al nombre de Jesús. San Ambrosio de Milán (333-397), San Agustín de Hipona (354-430), San Pedro Crisólogo (c.406-450), San Beda el Venerable (673-735), son tempranos testigos de ello. En los siglos XI y XII, San Anselmo de Cantorbery (1033-1109) y los autores de la escuela cisterciense expresan frecuentemente una afectiva devoción al nombre del Señor Jesús. También los franciscanos, tras las huellas de San Francisco de Asís (1181-1226), manifiestan una notable piedad hacia el nombre de Jesús. Las `fraternidades de Jesús´ o del `Buen Jesús´, son un testimonio más. El apasionado místico inglés Ricardo Rolle (1300-c.1349) y el Beato germano Enrique Suso (c.1295-1365) difunden con sus escritos la devoción al nombre del Señor. Esto ocurre en el mismo siglo en que, al parecer en Suecia, surgió una «orden del Nombre de Jesús». Un testimonio particularmente significativo es la difusión hacia el siglo XIV del `Anima Christi´ con la invocación `¡Oh buen Jesús, óyeme!'. En el siglo XV, bastaría citar a San Bernardino de Siena (1380-1444), el famoso predicador franciscano que difundió, en medio de polémicos esclarecimientos, la devoción al santo nombre de Jesús, que gustaba representar con el trigrama IHS, desarrollando la `h´ en forma de cruz. En el mismo siglo la Iglesia, con la intervención del Papa Sixto IV (del 1471 al 1484), aprobó la fiesta del Santo Nombre de Jesús que, aunque en forma restringida, aún se celebra hoy.
Más adelante, y por si fuera poco, Fray Luis de León (1527-1591), en su clásico `De los nombres de Cristo', culmina su enumeración de los nombres del Señor con: Jesús. En el marco de una `teología del nombre', el preclaro agustino del Siglo de Oro español, escribe: «El nombre de Jesús... es el propio nombre de Christo, porque los demás que se han dicho hasta agora, y otros muchos que se pueden dezir, son nombres comunes suyos, que se dicen dél por alguna semejança que tiene con otras cosas de las quales también se dizen los mismos nombres». Otro agustino español, el valenciano Jerónimo Cantón (1555-1636), escribió hacia principios del siglo XVII una obra titulada `Excelencias del Nombre de Jesús, según ambas naturalezas´, por encargo de una cofradía de Tarragona, dedicada al Santísimo Nombre de Jesús. Estas pocas referencias —entre las muchas que se podrían mencionar— dan una idea suficiente de la explícita importancia devocional que en occidente se le ha venido dando al nombre del Señor Jesús.
La oración mediante jaculatorias es conocida en occidente, por lo menos, desde tiempos de San Agustín y Casiano, como se ha señalado. Las aspiraciones o piadosas invocaciones que elevan a la persona a Dios y recuerdan su presencia forman parte de la espiritualidad carmelitana, entre otras. Al presentar los Abecedarios espirituales de uno de los grandes maestros de la oración aspirativa en el Carmelo, Juan Sanz (1557-1608), el estudioso carmelita Rafael López Mélus, escribe: «La oración de jaculatorias nació, sobre todo, por obra de San Agustín, pero es la Orden del Carmen quien parece se ha apropiado de ella, y trabaja por llegar a la cumbre practicándola y dándola a conocer entre las almas». La tradición oriental traída por Casiano se mantuvo a lo largo de los siglos en medios monásticos y piadosos. Por ejemplo, la hermana Kunne Ginnekins (m. 1398), discípula del fundador de la `Devotio Moderna', Gerardo Groote (1340-1384), repetía incesantemente esta o una jaculatoria similar: «¡Querido Señor Jesús, cuándo vendrás a mi casa?» En su larga agonía, hay testimonios que así lo indican, San Francisco Javier (m. 1552) repetía incansable: `¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí! ¡Oh Virgen, Madre de Dios, acuérdate de mí!'. La oración por jaculatorias y aspirativa ha sido muy alabada y alentada en un receptivo occidente. Habría incluso que decir que la vida espiritual en occidente, a lo largo de los siglos, está regada de oraciones breves y fervientes.
El padre Hausherr, en su obra El Nombre de Jesús, refiere algunos datos, verdaderamente inverosímiles, de unos campeones occidentales de la oración por jaculatorias en este siglo XX. El jesuita William Doyle que apuntaría a cien mil (sic) repeticiones diarias, superado por un lasallista, el hermano Mutien-Marie, de quien se decía efectuaba unas trescientos setenta mil (sic) aspiraciones al día. Juan Bautista Reus (m. 1947), otro jesuita, quizá siguiendo tradiciones que se remontan al tiempo del fundador San Ignacio de Loyola (1491-1556) o atento a las orientaciones del quinto General de la Compañía de Jesús, el napolitano Claudio Aquaviva (1545-1615), quien recomendaba «volar mentalmente hacia Dios por medio de frecuentes aspiraciones y así encontrar a Dios presente en todo lugar», repetía unas doce mil veces al día la jaculatoria: «Jesús, José y María». Obviamente no se trata de una competencia, pero estos testimonios, más allá de las asombrosas cifras, claramente dejan sentado que también en occidente se practica el ejercicio de breves oraciones dirigidas a Dios como saetas de amor, en cuya trayectoria surgió la `oración a Jesús´.
En relación a la práctica de ejercicios corporales en la oración, basten dos testimonios. El primero es de Santo Domingo de Guzmán (1170-1221), de quien se recogen, en Las nueve maneras de orar de Santo Domingo, diversas posturas y ejercicios corporales para favorecer la oración. Por la coincidencia con el tema de la `oración´ recogemos parcialmente un relato del Segundo modo de orar. «También Santo Domingo con frecuencia solía rezar echándose al suelo, el cuerpo estirado y apoyada la cara sobre el piso. Entonces con el corazón compungido decía las palabras del Evangelio, a veces lo suficientemente alto como para ser escuchado, `Señor, ten piedad de mí pecador´». No era la única cita que usaba, ni tampoco era la única postura que asumía en oración. El otro testimonio es el de San Ignacio de Loyola, quien en sus Ejercicios espirituales da diversas orientaciones sobre varias posturas corporales, ambientes, uso de potencias, y ritmos respiratorios. Así, por ejemplo, sobre esto último dice: «El tercero modo de orar es, que con cada un anhélito o resollo se ha de orar mentalmente diciendo una palabra del Pater noster o de otra oración que se rece, de manera que una sóla palabra se diga entre un anhélito y otro».
El ejercicio de la `oración a Jesús´ del neo-hesicasmo, con las características con que se ha venido dando en el oriente no se ha dado en occidente, salvo como un trasplante en los últimos tiempos. Sin embargo, los elementos que aparecen bajo ese amplio `paraguas´ que es la `oración´, la devoción al nombre de Jesús, la práctica de jaculatorias, incluso incesantemente repetidas, y la intervención de ciertos ejercicios corporales en la oración, sí se encuentran en la tradición occidental, aunque no con idénticas características que en aquella tradición que nació y se fortaleció en tierras de Egipto, Palestina, Siria y Grecia.