miércoles, 23 de septiembre de 2009

Carta de Hilda Guzmán González.


Hace algunos días, la comunidad de la que soy parte, la Iglesia Católica Tradicionalista en México, pasaba momentos difíciles y hasta amargos: por un lado, el universal problema de la economía, por el otro, el descubrimiento de que algunos que llegaron a nuestra comunidad lo hicieron sin buenas intenciones, y al marcharse se fueron tratando de hacer el mayor mal posible, entre otras cosas.
Creo que todos hemos pasado momentos en que el mundo parece caérsenos encima, y en los que parece nos quedamos solos, como lo expresaba en uno de sus poemas Octavio Paz...”todo está oscuro y sin salida...”, sin embargo, por la gracia de Dios somos capaces de dejar que la Luz haga lo propio e ilumine esa “oscuridad” en la que creemos estar. Para muchas personas, en cuyas vidas no hay esperanza ni fe, los acontecimientos difíciles, y aún los de la vida cotidiana, son una carga muy pesada que no tiene sentido alguno ser llevada. La pobreza, la falta de comodidades, los problemas familiares, todo es insoportable, y en verdad lo es: Sin Dios, nada tiene sentido. Con Dios, todo tiene un porqué.
Tengo una admiración tremenda por aquellos que a pesar de las dificultades que día a día pasan, son capaces de dar gracias a Dios por ello, y de no ver las penurias de la vida como una “maldición”, como “mala suerte”, sino que en sus corazones creen que Dios es siempre fiel, y que si permite tales o cuales cosas es para un bien mayor, aunque de momento no entendamos.
La vida siempre nos ofrecerá alegrías y tristezas, y pasaremos momentos que no quisiéramos, pero ánimo: Dios pagará al ciento por uno la fidelidad de que somos capaces, Que Dios nos permita consolarnos y tener una latente esperanza en las palabras de este hermoso salmo:
“...los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares,
Al ir, iban llorando, sembrando la semilla;
Al volver, vuelven cantando,
Trayendo sus gavillas.”
Hilda Guzmán González.